domingo, 31 de mayo de 2009

Luis Leante nos habla de La luna roja


Luis Leante nació en Caravaca de la Cruz en 1963. Licenciado en filología clásica. Ha publicado el libro de relatos El criador de canarios (1996), y varias novelas entre las que destacan Paisaje con río y Baracoa de fondo (1997), El canto del zaigú (2000), El vuelo de las termitas (2003), Academia Europa (2003) y Mira si yo te querré, ganadora del Premio Alfaguara 2007. También es autor de literatura juvenil: La puerta trasera del paraíso (2007), y Rebelión en Nueva Granada (2008). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

Conversamos a propósito de su última novela, La luna roja.

Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.
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Pregunta.- Quiero comenzar por esta cita de su novela, casi al comienzo, ...”y varias libretas con notas para una novela que llevaba aplazando una década”, es para mí uno de los puntos fuertes de La Luna Roja: comprender cómo se escribe una novela, conocer el proceso de gestación de, casi un mágico juego de espejos, de la que estamos leyendo.
Respuesta.- La línea principal de la novela es precisamente eso: una reflexión sobre el proceso que hay detrás de una novela. Hablo, por supuesto, desde mi experiencia aunque me consta que en la mayoría de los escritores hay unos lugares comunes que se repiten. Y en el proceso de gestación hay muchas libretas, muchas notas, muchas horas de reflexión sobre lo que uno va a escribir. Las ideas surgen casi siempre de forma espontánea, pero enseguida se contaminan con muchos otros elementos que van subiéndose a la novela de forma natural. Cuando me siento a escribir y redactar el primer párrafo, lo normal es que detrás haya horas, a veces años, de dedicación a esa idea. El proceso de escritura es la etapa final, y no siempre la que más satisfacción produce. Lo que yo quería contar es precisamente qué hay antes del primer párrafo, o de la página en blanco.


P.- El día de la presentación de la novela en Murcia, y lo he destacado en el comentario sobre la misma, dijo usted que aún le parecía un misterio que el autor se encerrase meses, o años, para escribir una novela, aislarse del mundo, de su familia, y vivir en ella las veinticuatro horas del día. ¿No es ese un motivo para volverse loco, al contrario de lo que piensa Emin, que escribe para no enloquecer?
R.- El proceso de escritura es, al menos en mi caso, un acto de aislamiento. Uno pasa de vivir en un mundo a hacerlo en otro donde eres una especie de dios. Sin embargo, tienes que convivir cada día con ese otro mundo real. Pero vives la realidad como si fuera un libro; y lo que estás escribiendo, como si fuera real. Es el mundo al revés. Cuando estás mucho tiempo así (puede ser entre uno y seis años los que dedico a una novela), terminas teniendo la sensación de vivir fuera del mundo. Y eso, a veces, produce serios conflictos. Yo me refugio en la literatura para vacunarme contra la realidad, pero desde fuera puede dar la sensación contraria: que estoy enloqueciendo. Es complicado explicarlo, porque entramos en el mundo de las sensaciones. Precisamente para eso, para tratar de explicarlo, escribí La Luna Roja. Lo cierto es que si alguien está conforme con el mundo que le rodea, vive sin conflicto y acepta todas las reglas, difícilmente tendrá la necesidad de escribir. La escritura es una forma de rebeldía, aunque en algunos casos pueda conducir a una “aparente” locura.


P.- Emin y René, los dos personajes principales de La Luna Roja. Le aseguro que había momentos, durante la lectura, en que no sabía si estaba ante dos personajes o ante uno solo.
R.- De eso se trata. Los dos protagonistas son como el positivo y el negativo de una misma fotografía. Tienen muchas cosas que los distancian, pero precisamente sus puntos comunes terminan por confundirlos. Son como dos líneas trazadas en el espacio que convergen y se separan continuamente. Y, cuando se unen, no es fácil diferenciarlas, porque son exactamente la misma cosa ante los ojos de quien las contempla.


P.- El escritor frustrado, y traductor cansado, René Kuhnheim, a quien su editora le acusa de llevar once años en la misma página de su vida, hay un momento que decide que escribirá “aquella historia que tantas cosas tenía en común con mi propia historia”. ¿Cuánto hay de su personaje, o de sus personajes, en Luis Leante, además del título del primer libro de ambos, El criador de canarios?
R.- Hay muchas cosas, a veces pienso que demasiadas, tanto en el traductor como en el escritor. Pero todo está modificado de forma artificial, podría decir, que es en lo que consiste la creación literaria. De otro modo, habría escrito una autobiografía en vez de una novela. Más que en la vida de los personajes, mi vida se refleja en el concepto que ellos tienen sobre la vida y la literatura; unas veces porque coincide con el mío, y otras por todo lo contrario. La novela es una mezcla de todo esto. Está construida con guiños constantes a la gente de mi entorno y a mí mismo. Si decidiera hacer un estudio sobre los personajes de la novela, podría demostrar que la gran mayoría de los personajes son reales, aunque sus circunstancias y características se mezclan. Es una especie de contaminatio, como la que hacían los comediógrafos latinos al adaptar y refundir varias obras de autores griegos.


P.- He citado a Leandro Davó, y aunque permanece casi siempre en segundo término, incluso olvidado, por el desenlace final, su relación con Aurelia, el inicial momento que aprovecha para invitar a René a su Club de Lectura, me parece de más importancia de la que realmente aparenta. Y con ello quiero decir: en su novela hay muchos mundos, muchas emociones.
R.- Leandro Davó es, junto a la polifacética Ángela Lamarca, uno de los personajes más reales de la novela. Leandro (nombre ficticio) es una persona a la que conocía hace años y que en la actualidad dirige un Club de Lectura en la Universidad de Alicante. Precisamente el Club de Lectura con el que arranca la novela. Yo asistí a una sesión exactamente igual a la que se narra en el primer capítulo, en el mismo lugar (el Museo de la Universidad), y en las mismas circunstancias. Todos los detalles que se cuentan en esa escena, incluida la gotera, la orquesta que ensaya al lado y la mujer que llega tarde y llama la atención del protagonista, son rigurosamente reales. Por eso Leandro desempeña un papel importante como motor de lo que luego se va a desarrollar.


P.- Derya, Orpa, Tuna, Berta, nuevamente vidas casi paralelas, que pueden confundirse.
R.- En la vida real, las personas se cruzan y se separan por un azar aparentemente caótico. Pero esos cruces ofrecen al escritor las mejores historias para disfrutar y hacer disfrutar a los lectores. Yo creo mucho en el azar, en los acontecimientos fortuitos que pueden cambiar la vida de las personas. Vamos, más que creer lo que hago es vivir convencido de que eso es así. Y, cuando escribo, se refleja en los libros. Si miramos hacia atrás en nuestra trayectoria, es fácil llegar a la conclusión de que nuestra vida es un cúmulo de acontecimientos y de personas que caminan paralelas a nosotros, se cruzan en nuestras vidas, se confunden y a veces desaparecen. Es más, yo pienso que eso ocurre cada día y a cada momento. Y, por supuesto, si la literatura tiene como punto de partida la realidad (aunque no tiene que ser así necesariamente), lo lógico es que eso se refleje en los libros y en las historias que los llenan.


P.- Porque La Luna Roja, que puede parecer una novela policíaca, que no lo es, o una de misterio, que tampoco aunque lo tiene y mucho, es una gran historia de amor.
R.- Lo de que pueda parecer una novela policíaca o de misterio es un juego más dentro de los juegos literarios y equívocos que se producen a lo largo de toda la novela. Como habrá visto, en este libro nada es lo que parece. Ni siquiera el amor. En realidad yo hablaría, más que de una historia de amor, de una historia donde tienen mucha importancia las pasiones, y entre ellas por supuesto está el amor. Lo mejor en estos casos es que cada lector la interprete según su criterio. Los libros tienen esa virtud: no son necesariamente obras cerradas de una única interpretación.


P.- En Mira si yo te querré también encontrábamos una bella historia de amor, y la relación con el mundo árabe. ¿Es ese mundo el único que mantiene el misterio o son imágenes atrapadas en el tiempo, como el libro de fotografías antiguas que tanto gustaba a René?
R.- Esta novela tiene poco que ver con el mundo árabe. Estambul es una de las ciudades más ricas que existen culturalmente desde griegos y romanos, hasta llegar al imperio otomano, porque se ha cimentado una civilización basada en el mestizaje. Lo único que une a esta ciudad con el mundo árabe es la religión, y precisamente esto es algo que no aparece en la novela, excepto cuando se cruza alguna mezquita en la descripción del paisaje. El misterio está en las personas, en el pasado, en los secretos que cada uno lleva dentro y que se van revelando a lo largo de la novela. Se parece más a ese libro de fotografías que todos llevamos en la cabeza y que a veces conservamos en papel.


P.- ¿Ha conocido a escritores que han sentido lo que Emin Kemal sobre Nerval: llegó a la conclusión de que el poeta francés le había robado sus pensamientos cien años antes de nacer?
R.- Sí, yo mismo tengo continuamente esa sensación. Lo que ocurre con la literatura es que muy pocas veces se mira hacia atrás. Pero si volvemos la vista al mundo clásico, o más cerca, al siglo XIX, vemos que muchos de los pensamientos e incluso los argumentos literarios están esbozados o desarrollados hace mucho tiempo. Finalmente, uno concluye en que las razones que mueven a alguien a escribir no son muy diferentes a lo largo de la historia. Y de esa base común surgen cosas que se parecen. Creo que hay mucha gente que al leer a un poeta, a un novelista, o a un filósofo descubre que aquellos pensamientos son también suyos. Es algo bastante frecuente. Pero a veces se puede llegar al límite cuando uno encuentra las palabras precisas que dan vuelta en su mente sin haberse materializado aún en el lenguaje escrito. Esto puede provocar una gran satisfacción o una enorme decepción. En mi caso ocurre lo primero, pero no deja de inquietarme.


P.- Hay una escena donde describe los sentimientos de todo autor ante su primera obra: René tocó el primer ejemplar y fue algo místico. Lo abrió, olió la tinta, lo miró desde todos los ángulos...
R.- Me parece que es algo común en todos los escritores. Yo sentí precisamente eso cuando tuve mi primer libro entre las manos a los veinte años. Y lo he vuelto a sentir hace un par de meses con esta novela. No sé si es algo místico, pero se parece. Al fin y al cabo, el libro es una criatura engendrada por el autor, y a veces la gestación y el parto son largos y complicados, con una mezcla de satisfacción e inseguridad difíciles de precisar.


P.- Y pocas páginas más adelante, un mazazo: René estaba orgulloso de su libro, hasta que descubrió que la gente arrancaba el prólogo de Emin Kemal y dejaba el libro en las estanterías.
R.- Eso es otro guiño a la realidad. Tengo dos amigos poetas que tuvieron una experiencia idéntica. Publicaron un libro de poesía escrito entre los dos (algo poco común entre los poetas) y visitaron a Luis María Panero en el manicomio de Mondragón para pedirle un prólogo para el poemario. Panero se lo escribió, y lo publicaron. El libro era extraordinario; es extraordinario, debería decir, porque los libros nunca mueren. Pero en una visita a algunas librerías de Madrid un librero les confesó que había encontrado varios ejemplares a los que los clientes les habían arrancado el prólogo para llevárselo. Me pareció algo tan inusual y tan relacionado con el espíritu de La Luna Roja, que decidí incluir esta anécdota en el argumento.


P.- Doctor Pasavento de Vila-Matas. ¿Por qué cita ese título en el imaginario Club de Lectura de Leandro Davó y no otro?
R.- Otro guiño a la realidad. Ese libro fue la lectura de una tertulia literaria a la que asisto desde hace años. Es una novela muy buena, a mi juicio, que provocó acaloradas discusiones entre los tertulianos. Llevamos años reuniéndonos para hablar de literatura, y después de mucho tiempo sigue recordándose aquella tertulia como algo mítico. Hasta el punto de que una de las participantes, que defendió la novela acaloradamente como yo, pasó a llamarse desde entonces y por su propia voluntad “Doctora Pasaventa”. Precisamente ella, la Doctora Pasaventa, es el personaje de Ángela Lamarca en mi novela. La historia es un laberinto literario y real, no sé si un juego de espejos o de espectros, pero un juego a fin de cuentas. Aunque sea un juego muy serio.


P.- He citado de pasada su anterior novela con Alfaguara, Mira si yo te querré, que supongo revolucionó su vida personal y profesional.
R.- Fue un cambio cuyas consecuencias aún estoy viviendo. Al principio me pareció que sólo afectaría a la literatura, y que la vida profesional seguiría su camino como antes. Pero lo cierto es que ha sido como un terremoto que me ha sacudido hasta los cimientos. Tuve que elegir entre tratar de seguir mi vida como antes, o aprovechar la oportunidad que se me presentaba. Y después de tremendas convulsiones, a veces terribles, decidí subirme a este carro literario. El tiempo dirá si me he equivocado o no.


P.- Alicante, donde usted vive, y Estambul, donde creo que pasó un periodo de vacaciones tras la batahola de la presentación mundial de Mira si yo te querré. ¿Decidió en ese momento el nacimiento de La Luna Roja, o existe la cafetería del mismo nombre?
R.- Los escenarios de la novela son tan reales que apenas tuve que molestarme en reinventarlos. En concreto, el café La Luna Roja existe, pero no se llama así. Lo encontré en uno de los callejones de Estambul, como detenido en el tiempo, inmerso en su decadencia igual que muchos barrios de la ciudad. Ese café fue el motor que me impulsó a escribir la novela; el café y lo que uno intuía entre sus paredes llenas de inscripciones antiguas y olor a humedad.


P.- A usted le gusta apasionar al lector. ¿Cómo escribe usted? Se lo pregunto por que ya hemos dicho que René llevaba años en la misma página, y que Emin lo hace con lentitud.
R.- Yo también estuve muchos años en la misma página. Esos años los defino como “la travesía del desierto”. Fueron años en los que escribí mucho, gané muchos premios y apenas publiqué nada. En realidad fue una travesía voluntaria, porque a los veintitrés años creía que ya era un escritor, y me di cuenta de que había que recorrer un largo camino iniciático y de aprendizaje para llegar a parecerme a un escritor. Después, todo fue más fácil, si es que hay algo fácil en literatura. No sé si apasiono al lector, pero lo que si es cierto es que me apasiono con lo que escribo, o trato de apasionarme. Si uno lo consigue, es más fácil conectar con el lector. De todas formas, yo nunca fui tan pusilánime con la literatura como René. Creo.


Ha sido un auténtico placer cruzar el puente Gálata con usted.

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